Sentada en la orilla de la cama juega con su muñeca de trapo. No se atreve a acostarse por miedo a quedarse dormida. También tiene miedo de estar despierta, por eso se acerca la muñeca a la boca y le habla bajito:
—No te duermas, hemos de estar alerta, pstt, no llores, ya verás, hoy no pasará nada, hoy es Navidad.
Hace rato que su madre la ha ayudado a ponerse el pijama y a deshacer las dos trenzas que mantienen a raya su pelo indomable color de miel que ahora, mientras acaricia a quien para ella és mucho más que una simple muñeca de trapo, tapa sus ojos llenos de miedo y de sueño.
Todas las luces de la casa están apagadas. La puerta de su habitación, justo al lado del cabezal de su cama, está cerrada. En la pared de enfrente, la ventana, también cerrada pero sin cortinas deja pasar un poco de la luz de la calle y de vez en cuando la de los faros de algún coche que permiten ver la cama con su colcha rosa, la mesa llena de papeles, la lámpara metálica blanca que está sobre ella y las estanterías llenas de muñecas y libros. Tiene frío y tiene miedo. Se mete en la cama y se tapa la cabeza.
—No nos podemos dormir —le dice flojito a su muñeca —no tengas miedo, estamos juntas y no pasará nada… hala, canta conmigo
Y acurrucada bajo la manta canta bajito con la muñeca bien cerca de la boca:
—Del león no tengo miedo, pam y pipa, pam y pipa, del león no tengo miedo porque soy buen…
El ruido de una puerta. Silencio. Calla, aprieta la muñeca contra su pecho y se encoge aún más bajo la manta. Pasos. Cada uno és como un golpetazo en su estómago. “Ahora está en la cocina, ha abierto el grifo, se ha roto un vaso…” y sigue apretando su muñeca. El ruido de los cristales rotos se incorpora al nudo de su estómago añadiéndolo unos pinchazos que están a punto de cortarle la respiración. Los pasos se acercan. “Está en el váter. ¿Porqué ha de hacer tanto ruido si sabe que estamos dormidas?” y mientras piensa esto se da cuenta que ha de aflojar su mano y recomponer su muñeca, ¡la pobre tan arrugada!
“Que no entre, que no entre, que se vaya, que se vaya, que se vaya” se repite sin palabras y con los ojos apretados, como un mantra que pudiera alejar el miedo, deshacer el nudo de su estómago y hacer salir los cristales rotos que la torturan. Pero no, no se va. Golpe de una puerta. Ha entrado. “He de estar alerta… que hoy es nochebuena y mañana Navidad…” va cantando en su cabeza.
El primer grito. “¡Despierta puta!” Golpe. Grito. Golpe. Más gritos. Más golpes. El nudo del estómago parece que va a salir por su boca, se afloja. Los vidrios rotos le pinchan la espalda que se estira mientras, sin soltar la muñeca, levanta la manta.
Más gritos, golpes, llanto. “¡Puta, te mataré!” Ella está levantada, la muñeca en la mano izquierda, sin encender la luz se acerca a la mesa, desenchufa la lámpara y con ella y la muñeca entre las manos se acerca a la puerta cerrada. Libera una mano para agarrar el picaporte y poder abrirla. Sale.
El padre está sobre la madre que la ha visto y entre sollozos y sangre solo puede gritar, “¡no, no, nena, vete, no pasa nada!” La última bofetada le parte el labio por donde empieza a brotar la sangre que mancha la sábana y que a ella, a la nena, a la pequeña que no tiene miedo del león porque quiere salvar a su madre, le da la fuerza suficiente para lanzar el pie pesado de su lámpara blanca sobre el padre que, com un gran muñeco de trapos sucios y viejos, cae inconsciente sobre la cama donde dormirá su borrachera porque ella, hoy sí, ha sido capaz de salvar a su madre.
Mientras la abraza siente como el nudo de su estómago ha llegado ya a la boca y sale convertido en lágrimas que arrastran con ellas todos los trocitos de los cristales en los que se habían convertido sus músculos. Su muñeca, arrugada, ha quedado también sobre las sábanas manchadas de sangre